miércoles, 13 de junio de 2007

Anti crónica de una vida aburrida

Es tan simple cuando todo te lo dan y no precisamente cosas, o algo que se pueda elegir. Es la vida redonda, en donde el aburrimiento es el lema, pues no solo es la secuencia repetitiva de las mismas excusas de siempre para acabar definitivamente con una vida; nadie me entiende. Nadie me quiere (estoy tan sola), me falta algo (pero no sé que es), quisiera hacer otro tipo de cosas (con una luz ausente en la ampolleta central), estoy triste, ¡Nada tiene sentido! (sin contar las miles de explicaciones que se desarrollan en base al sentido, aunque no solucionen problemas graduales, igualmente entran en comparaciones unas con otras, algunas definiciones pueden volver un poco más sólida y sostenible las perspectivas sobre la vida), así sucesivamente con preguntas y reclamos con un mayor grado de vanedad.
El asunto es más terrible cuando encierran el comportamiento básico, ese comportamiento espontáneo, efusivo e inclusive, impulsivo; como comer chocolate, tomarse un café o fumarse un cigarrillo desesperadamente luego de un cruel resfríado (o aspirante a resfríado) de pre invierno. Es igual que leer libros, entran y salen por el cuerpo, como relámpagos vienen esas ganas resplandecientes de ver, sobre todo imaginar cosas nuevas, pero claro, se forma parte de una institución socialmente obligatoria, en donde todo lo rigen; que siéntate bien, párate al saludar, no hables, quédate callado en todo momento, no te pongas ese chaleco, pues no forma parte de tu uniforme, un sin fin de cosas absurdas.
Ocúpan la vida con cosas vanas, con libros, que comúnmente pueden aportar grandes conocimientos en la vida, como un Nóbel de García Márquez, una parodia-seria-histórica-comprometedora-sucia de un Don Adolf, o cuentos posmodernos sobre los ocuuuuuuuuultos misterios de una Iglesia Católica corrupta, que al final termina siendo una imagen abstracta de una ficción versus realidad, una nobela.
El conjunto de cosas solo hace que todo termine en un borde, el del colapso, del bloqueo. ¿Y qué?, si al final solo terminamos pensando en cosas triviales; en cambiar la pieza de color, en aprender a tejer, a calcular, preporcionar y cultivar ideas mejores (y cosechar otras tantas, para que no se vayan en el basurero triste del olvido), a comprender espacios grandes, a mirar la televisión abierta sin tanta repugnancia, a elegir la ropa de hoy, el arte callejero (tirado pa' neo burgués), a entender el área climatológica y deducir por sentido común a que hora lloverá (ya que en "El tiempo", no le achuntan), a crear nueva ropa y pensar en comprar zapatos, en el fin de semana pasado, en un día en especial que compartías la cama con tu novio, y que ahora, en este preciso instante la comprates con tu madre.
Vamos los suicidas que amamos la vida.
El anticristo del aburrimiento.